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9 de junio de 2020
No es sencilla la vida retirada, nos confiesa a sus amigos Cristóforo Trinitario. Sobre todo, cuando ya se han cumplido treinta años y ganado hábitos y clientela. Debemos echarnos al camino y a todos los diablos, que no son pocos y sí muy ruidosos. Multipliqué los dones, o eso creía, cada vez que hablaba con las gentes en una encrucijada o en una huerta apartada de la ciudad. A veces hablo solo. Me pasa cuando al caer la tarde, aunque ya ni me fijo en el sol, de tanto que me da que pensar, me pasa, digo, cuando salgo a pasear extramuros por el patio del cuartel viejo y elucubro con esa ansiedad que les da a los condenados tempranos. A quien tiene cien, luego se le dan diez. Eso me digo. ¿Y luego? El sueño, quizás, y otros tres más de propina. Y me da por pensar que el tiempo es una moneda, o dos o tres decenas, que se deshace en arena, esa misma con la que juegan los niños inconscientes. Todo esto nos cuenta el amigo Cristóforo, que seguro que nos quiere decir algo cuando se pone a hablarnos de esa soledad suya tan extraña.
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