2 de febrero de 2021

 En verdad que la poesía va a las catacumbas del establecimiento, vecina de la crítica y de la filosofía a un lado, y de las obras de religión al otro.

Tal destino le ha cabido al espíritu absoluto. A él, que destinaba. 

Están las obras como peces abisales, en una imaginaria cubeta para hacerse una foto, sin conocer si son peces o ajolotes que sueñan lo que no es pero le conviene al deseo.

Quien sueña quiere olvidar su condición adivina, y a eso lo llama su posibilidad y refugio cálido.

A tanto no llegan las obras, que acaban desconociendo a su hacedor y destinatario.

La mayoría de las botellas, en efecto, se pierden en el mar, y el agua no conoce la inquietud de leer en su interior.

Así el universo contra la palabra, desmintiendo los signos de admiración para ilustrados de provincias.

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