A las doce horas justas desde la salida del sol ha echado las persianas con la música de costumbre, mirando a un lado y otro de la calle el mismo vacío.
Los párpados caen pesadamente al compás de las luces en fuga. Las calles se abandonan y las almas se ocultan en algún lugar que es otro que ahora.
Una luz de gas vuelve a la memoria, y el repiqueteo de los cascos por la avenida principal.
Están las calles plenas o repletas de ausencia, atiborradas de abandono y de canciones que han dejado de sonar.
En algún rincón alguien lo cuenta, escuchando los zumbidos que vienen de muy adentro, a deshoras o quién sabe, si la entera verdad corresponde a las campanas de la torre.
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