El poema es una barca sin rumbo,
Llevada por nadie que domine a los siervos susurros.
O una isla sin habitantes, puramente ctononómica.
Amén para los autodichos modernos, los estetizantes, aquellos que llevan el marchamo neofrancés por academias del midwest.
Lo que yo intuyo en esta provincia de vientos racheados y lluvia oblicua es la perenne entidad del sol y las sombras que se guardan en el interior de la tierra, a la espera de un cielo improbable.
Mientras tanto, los ermitaños cogitan en sus madrigueras, a salvo del sol y distantes de un cielo negro.
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