11 de febrero de 2016

Hemerotecas

Para una Antología de la prosa española:
«Se le puso un despacho en el edificio de Aguas de Cádiz y allí se quedó. Hasta que un día [más de una década después] me acordé de él y pensé: '¿Dónde estará este hombre? ¿Seguirá allí? ¿Se habrá jubilado?, ¿Habrá fallecido?'. Como me constaba que seguía cobrando la nómina, me puse a hacer gestiones. Llamé a Aguas de Cádiz y me dijeron que allí no sabían nada, que pensaban que había vuelto al Ayuntamiento... Lo llamé a él y me dijo que estaba de días de asuntos propios y le pedí que viniera a verme. '¿Usted qué hace? ¿Qué hizo ayer? ¿Y el mes anterior?'. No supo responder». (En El Mundo)
Quien prorrumpe así en la vida literaria española es actualmente senador. No podemos dejar de recordar al Bartleby melvilliano, ni la circunstancia de que el ingeniero-funcionario que protagoniza la historia se hizo un experto en la filosofía de Spinoza durante su exilio o soledad laboral. No podía ser otro filósofo.

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