El hombre puesto en la tesitura de recapitular su vida tiene que arrepentirse de las tardes perdidas en curiosidades personales más o menos estúpidas y estériles.
De tanto papel como se ha leído queda el discurso balbuceante que se le suelta a los jóvenes mientras se les acompaña a casa. Quien habla, si es honesto, debe avergonzarse en la conciencia de su ignorancia presente en cada una de sus palabras temblorosas.
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