28 de abril de 2009

Agnóstico

En esta realidad viviente –lo único que conocemos, aparte de lo que nos enseñan en los templos los domingos-, nada se comprende. La herida del amor, por ejemplo, nos pone en contacto con lo más repulsivo, al saber que nada hay más distante que los cuerpos, nada más abominable para el individuo (Canetti, Bataille).

Así, damos en pensar en la catedral que erigió Platón, hecha de puro cristal de ideas, de la más objetiva transparencia que se ha inventado el mundo, para eternizar el amor hecho ya imposible, a partir de entonces, por la muerte de Sócrates maestro. La osamenta de Platón, que ya es nada, tal como si Platón nunca hubiera estado, la ausencia de cualquier rastro de su vida, la desaparición de todo lo que no sea el texto, no impiden para nada que vayamos a ese templo de las ideas: estamos convencidos de que por nuestra insuficiencia, desazón, asco, enfermedad, etc. lo necesitamos.

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