5 de diciembre de 2007

Difícilmente...

... se puede encontrar una cosa que produzca más felicidad que el recuerdo mismo de la felicidad: su ausencia, la inconsciencia juvenil, la mala letra, las sentencias de Heráclito, los diálogos platónicos, las promesas---

La verdadera felicidad, en tanto que beatitud del alma, habita hasta en el recuerdo de las faltas y los errores, en los momentos de esa experiencia común y social que conforma el elemento de la escritura literaria; incluso en el no reconocimiento pasado de los padres -en el no reconocer uno el trabajo de los padres, quiero decir-, el edipo juvenil inconsciente y quizás inocente; en el frío pasado, en la culpa, los paseos y los cigarrillos; las mañanas de sueño y las noches de café, esporádicamente jalonadas por la visita a la caverna jazzística de la calle Elvira, donde el "autor" que escribe esto quizás principiara en ciertas cosas---

Veo la felicidad en un remoto pasado, aislado por siglos, en una tarde de verano consagrado a Pierre Aubenque (mal estudiante, aunque lector); en las librerías que visitaba; en el trayecto estúpido y enamoradizo (¿quién ha dicho que Eros sea sabio?) al pueblo cercano (ocho kilómetros de tráfico peligroso, de olor a estiércol, de subida a la colina, en la que estaba aquella extraña construcción de la que no tengo una foto a mano)---

...

El texto no se soporta en soledad, sin importar que en la calle uno desee volver a casa, al espacio domesticado, la costumbre cálida, el no pensar---



Quien no sea capaz de amar las sentencias de Heráclito (que pertenecen, en este caso, al extraordinario Heráclito de R. Mondolfo, editado por Siglo XXI), la diosa de Parménides, las paradojas de Zenón (el murmullo de Lao Tsé, también), ése deberá abstenerse de admirar lo que en ellas hay de adorable, en carne y sonrisa que juegan y hacen trampas---

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