Con la edad las palabras vuelan y se pierden, deshecho su valor; los pies se afincan torpemente, en silencio.
El pensamiento es humo y el cuerpo es lo que arde.
El mundo -el único que reconoces es el tuyo, gélido y oscuro- está hecho de paredes. A ese encierro sin aire y sin ventanas te confías, expuesto al olor de las cocinas que vendrá de vidas tan sombrías como la tuya, entre idénticas paredes y falta de luz. Los oídos zumban y tú recuerdas el camino entre almendros que tantas veces recorriste, sol, azul y cantar de las cigarras... Pienso en la inconsciencia del que pasea, incapaz de anticipar que con los años inéditos sentirá nostalgia de los pasos inocentes, perdidos para siempre, sabiéndose culpable, ahora, por no advertir -entonces--el peso magnífico de la luz y el aire suavemente aromático, y esa aspereza de la tierra con la que se alegran las manos de los campesinos.
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