El poema es un muro, tan difícil como avanzar en el sueño, y discernir en el sueño lo real de lo dudoso.
Los gestos crecen lentos, igual que desenredar las calles que llegan al viejo almacén de libros...
No hay un río en esta ciudad nocturna y repetida, el río pertenece a otro, a un orbe bien distinto...
Una calle principal y barrios populosos -¿desde cuándo deshabitados? - que acaban arriba junto a un depósito de aguas bordeado por un sendero de tierra que recorre la montaña.
Estás en la ciudad, miras desde arriba, el estadio rebosa. Pero anoche daban una película italiana... Va a ser esto y tú le has puesto color, y también la invasión del campo al final del match.
No son buenas compañías ahora Stevens y Ashbery, que también anda por ahí, en otras habitaciones. El poema es un muro y mis brazos son demasiado débiles para horadarlo a cañonazos, mucho menos para querer subirlo.
No soy yo quien para trasuntar en lógica esta ausencia de sintaxis, gongorina coctelera de palabras que abren puertas al mundo, al otro que no soy yo.
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