Se piensa, o se quiere creer (ay, esos reflejos en el lago, sombras fugitivas de arriba!) en una política que no se limite a una gestión (en rigor, biopolítica) de los hábitos del cuerpo, sino que tenga la intención de referirse al alma. No para controlarlas, a su turno, no para consolidarse como pura psicopolítica (que es la cara B del mismo disco de la gobernanza postilustrada). Sino para plantarse en unos límites que contienen lo mejor de la ilustración, la ateniense y la moderna. Reino de los fines, concrecíon personal general (universalismo) de la entelequia.
El cristianismo ha sido tan potente como sistema de ideas que puede sobrevivir a su vaciamiento como creencia. Perdidas la fe o la esperanza, nos queda aún la caridad en el depósito. Sin embargo, la compasión, como ese resto de creencia viva aún vinculante, nos destruye. Si la ciudad no soporta a Sócrates, mucho menos puede cimentarse en seres compasivos. La naturaleza aborrece la caridad en su gélido deambular malthusiano.
Sin embargo...
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