La lectura de la obra original, del autor, la fuente, el sabio, el profeta inspirado, etc. requiere una actitud ingenua y una noble disposición que la edad me impide. Debo desterrar de mi mente la creencia de que en la escritura primera ya ha sedimentado la impostura, y en el grado mayor. Como archimentira. (Luego, vanamente, me dejo llevar por la ilusión de que la lectura ajena me va a descubrir, con competencia y sobriedad, las costuras mendaces de ese libro con el que yo no me atrevo.)
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