27 de febrero de 2010

Felipe Trigo, El médico rural, más

¡Sí... sí..., el jesuita, el cura, el «hombre de oficio» resurgía!... No intentaba más que ganarse la apariencia de un triunfo ante las gentes..., ante el P. Sartos también que sabíale mejor que nadie en su tarea de catequismo, y que habría quizá que sonreír, con gozo profesional de compañero, al advertir que sólo Esteban dejara de confesarse entre todo el vecindario de Palomas. Tres días atrás, habíase confesado hasta el señor Vicente..., no sin que aquel acto de social obligación sirviérale después de burla y de chacota. La única abstención de Esteban, siendo quien era, y luego de habérsele visto en su comunidad campestre con el Padre, iría, en efecto, a llamar grandemente la atención.

La idea de aquella traición a su conciencia, fuese cual fuese la del P. Galcerán, le repugnaba. Sin embargo, apesarado por la debilidad que habíale comprometido, que habíale hecho acceder al fin con el silencio, y recordando por detrás del jesuita al afable camarada de bondades innegables que habíasele revelado en los paseos, se decidió a complacerle. Claro está que hubiese sido forzar su condescendencia hipócrita hasta el colmo el ponerse a hacer preparación espiritual alguna para semejante confesión, y no la hizo.
(...)
En el adiós al P. Sartos y al P. Galcerán, en las afueras de Palomas, aquél le sonrió, como siempre, con su autoritaria suficiencia..., y éste... ¡ah, la sonrisa de éste!... ¿Qué tuvo, qué volvió a tener la sonrisa de éste, como cuando allá en los trigos confesábale que sería hegeliano si no fuese cristiano; como cuando en las bellas tardes de inmensa confidencia hablaban de Zola y de Tolstoi..., qué tuvo, qué volvió a tener de humana, de humilde, de bondadosamente confidente?

¡Oh, aquella sonrisa no la olvidaría jamás Esteban!

¡Fue la luz de su inmensa gratitud y su perdón..., fue, y más refulgente que nunca en su miseria, la del amigo, la del hombre también bueno e incrédulo, en el P. Galcerán, que al verse llegar a otro hombre bueno en consulta, habríale manifestado la verdad con el hecho de aquella confesión sacrílega; es decir, de la única y más eficaz manera que podía hacerlo quien tenía un duro oficio, ingrato y ya imposible de cambiar, como Esteban el de médico! (Cap. XI de la Primera parte)

Me gusta el tono martirizado de esta estampa de descreencia fáctica y necesidad de la fe. Unamuno y Baroja en la misma entrega. O de cuando la razón se ha positivizado y no es capaz todavía de calentar los corazones. Ya renunciará después a lograrlo, pero de momento aún siente el anhelo o la falta de la fe. Como Felipe Trigo, tan distinto, dicen, de ellos, pertenece a su mismo tiempo, habrá que pensar en una neurastenia (imdividual) que corresponde a una sociastenia (colectiva, española). Ahora, 2010, ya no, ahora ya estamos perdidos. Para estas cuestiones y para otras.

No hay comentarios: