27 de febrero de 2010

Dos paisajes

Lucía serenísima la tarde. Por todas partes se tendía fastuosa la campiña. Allá abajo alzábase la fábrica de harinas, blanca, con su arboleda y sus penachos de humo, cerca de la roja y pintoresca edificación de la fábrica de luz. A la izquierda, curso abajo del Almira, las huertas, las verdes alamedas, los molinos, las presas rumorosas con sus saltos de aguas y de espumas, las riberas de carrizos en que sonaba inmenso por las noches el estruendo de las ranas. El río torcíase luego entre angosturas de las sierras que cerraban por aquella parte el horizonte con sus valles de encinas y alcornoques, con sus faldas de olivares, con sus jarales agrestes y sus plomizos canchos en las crestas.

Campos de riqueza y de trabajo. Campos de caza y de constante animación. Por el camino, bordeado de madreselvas silvestres y zarzales se encontraban carros, arrieros, ricos señoritos a caballo rodeados de galgos y que llevaban al arzón las escopetas. (F. Trigo, El médico rural, Cap. I, Segunda parte)

Este paisaje tiene dueño. La feracidad del escenario, adivinada aunque sea un paisaje escrito lo que tenemos delante de los ojos, no debe ocultarnos el hecho de su propiedad legal. No estoy seguro de que este otro, de Unamuno,

“En esto de la pobreza de nuestro hidalgo estriba lo más de su vida, como de la pobreza de su pueblo brota el manantial de sus vicios y a la par de sus virtudes. La tierra que alimentaba a don Quijote es una tierra pobre, tan desollada por seculares chaparrones, que por dondequiera afloran a ras de ella sus entrañas berroqueñas. Basta ver cómo van por los inviernos sus ríos apretados a largos trechos entre tajos, hoces y congostos y llevándose al mar en sus aguas fangosas el rico mantillo que habría de dar a la tierra su verdura. Y esta pobreza del suelo hizo a sus moradores andariegos…” (Vida de don Quijote y Sancho; citado por Javier Blasco)

no tenga dueño también, a pesar de su pobreza y misticismo. Tampoco es que yo me fíe demasiado de las almas ahí nacidas ni de lo que excogitan. El mío, del que no doy imagen porque lo llevo dentro, se corresponde con un semidesierto humanizado. Para eso queríamos el agua del E., de cualquier río. Pero a esta posibilidad de agradecimiento y ligazón entre españoles se le dio de lado en el infausto, terrible, año 2004. Se le podría haber puesto coto a la utilización especulativa y espuria del agua trasvasada. Se prefirió romper el corazón. Mi paisaje sentimental, en suma, es el del desierto y en el centro un vergel. Yo sí creo que se pueden juntar las dos cosas, que la superación de los límites nos hace mejores, que la del río representa una metáfora potentísima. Si se nos da, si se nos niega, la vida.

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