Amadeo Respighio, Raspajo, está convencido de que la ancianidad es preámbulo del sueño, y no en el trivial sentido que iguala el cese vital con el durmiente eterno (!). Raspajo piensa que el hombre mayor empieza a no distinguir lo que vive realmente de aquellas cosas que solamente sueña. Esta falta de discriminación se va agravando con el tiempo, ocasionando muy dolorosas nostalgias en el sujeto, cada vez más disconforme con lo que tiene, anhelando sus vidas paralelas. Cuando ya no le quede nada, nada que no sean sus ensoñaciones, este hombre habrá muerto; o porque ya habita con ellas y es feliz, o porque incluso eso se le niega, y ya no encuentra fuerzas ni en este mundo ni en el otro (no tiene reposo ni de día ni de noche). Algunos de estos ancianos lo son ya, de manera adelantada, en plena madurez, y se les reconoce por ciertos claros signos. Raspajo consigue inquietarnos, porque yo no sé si es que pretende persuadirnos de que ganamos al fin nuestra verdadera entidad como seres posibles. Y entonces para qué tantos desvelos, si la solución está en dejarse ir. Ningún estado puede permitir la extensión de esta fe sombría.
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