23 de noviembre de 2020

 Don Atto di Spendio, cartujo de motu proprio, ha encontrado utilidad demagógica, lo cual es mucho más rentable que la triste falsedad, en el concepto inaprehensible y matemático de infinitésimo. Claro que de manera analógica y como quien oye campanas que no vienen íntegramente del ámbito de la exactitud. Más bien de la fabla apariencial y peliculera de entecos clérigos de ocasión y de saldo. Si lo discreto y el salto es cualidad principalísima de la materia inanimada, arguye Atto que esa fractura en el ser (esto, lo otro), la diferencia, viene continuamente diferida en la conciencia vital del sujeto reflexivo. Que nada, pero todo, y eso es el infinitésimo, une a la vez que separa lo que es (de lo que no es). Trayendo los constructos ónticos a la tierra y al día, aclara el pensador que en ese límite sin agarre posible arraiga la distinción entre ver el sol y que una conciencia (con todo lo que ella acarrea) desaparezca del mundo, si es que no el mundo mismo.

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