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6 de abril de 2017
De un improbable prólogo a las hemerotecas
El texto muestra. La imagen habla. El valor se localiza en aquello que tú no comentas. En la palabra mostrenca, graciosa, afortunada... En el sarcasmo que no hace falta señalar porque salta de lo dicho. Al margen, editor ajeno, tú solamente has leído. En la superficie, sin profundidades. Pensar, querer ir a lo hondo, es como comentar: despojar a la palabra de su invitación abierta. Pero tú miras con los ojos bien abiertos, sino como cuando te sobresalta la luz. Entrecerrando, de soslayo. Como para que no sospechen de ti. Pasabas por allí y viste lo que viste. Leíste lo que leíste... Qué pena la irretroactividad de las lecturas. Pero solo porque lo impide el tiempo. Si hubieras coleccionado aquellos recortes... Pero quizás algo haya por ahí. Entre las páginas de los libros, entre la diversidad de los papeles de las cajas de las mudanzas. ¿Soñaste esos recortes? Nada que hacer. Te debes limitar a un tiempo demasiado pegado al presente. O a la inversa. De todas formas el periódico no señala a eternidad. Si acaso sus hojas son como las de los árboles, que dicen de la constancia del árbol y de la permanencia, oh sindiós paradojal, de aquello que cancela toda permanencia. Al efecto de los relojes me refiero. En los hombres y en el mundo. Al ciclo de las noticias refiriendo a lo mismo, repitiendo a su escala lo que conviene a la naturaleza. Un tiempo en espiral que nos entrega a la ilusión de una novedad. Solamente porque hemos retorcido el círculo de lo mismo, estirando sus posibilidades. Es posible que tú me entiendas, si de verdad crees que estoy intentando llegar a decir algo..
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