... la pedanía de Los Cerricos, un lugar bellísimo pero atroz enclavado en lo más íntimo de la Sierra de las Estancias, fue un tierno doncel, algo medroso en sus maneras. Eso según las apariencias. En realidad lo gobernaba un espíritu malvado. Fáustico y retorcido, dio en manifestar sus primeras iniquidades celebrando ante sus párvulos condiscípulos las lecciones de teoría de conjuntos con que un perverso dómine, geómetra y agrimensor, castigaba sus inocentes cerebros apenas comulgantes (mas por ello susceptibles de condenación). Germinó lenta pero fatal en aquellos pillastres, brutos pero nobles, la idea de implementar, en los tiempos debidos, un recio sosegate argentino para solaz del cuerpo de Euclidín. Tardía pero justísima némesis para aquella inhumana e infantil afrenta de inyecciones, suprayecciones y biyecciones.
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