Estoy asustado, aterrorizado, escandalizado por las gilipol***** cardinales que gobiernan a los seres humanos. Eso es algo nuevo; por lo menos en el grado en que se produce. Las ganas de alcanzar el éxito, la necesidad de triunfar a toda costa —debido al provecho económico que se obtiene— le ha minado a la literatura la moral hasta tal punto que la gente se está volviendo idiota.(He situado unos piadosos asteriscos en número igual al de las letras que completan la palabra malsonante que utiliza G. F., y que se reproducen en El País.)
Blogger me avisa de que las leyes europeas, Dios las bendiga, me obligan a que avise a mis improbables visitantes y/o lectores de que mi blog usa cookies, pero a mí su aviso, incompetencia mía, seguro, no se me pone en la cabecera
27 de abril de 2016
Del especioso y fideísta discurso de J. Llovet (en El País, el domingo pasado) en defensa de las humanidades (de las que espera su contribución, ¿gadameriana?, a la reedificación de la polis hispánica, como si de los españoles se pudiera esperar algo) me quedo con esta cita espléndida de G. Flaubert, que escribe en 1872 contra la reforma de la enseñanza:
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