9 de abril de 2007

Un principio de destrucción

El cansancio viene un poco antes del fin de la política. Cobra una forma falsamente dialéctica: un conjunto de afirmaciones ambiguas, que nos solicitan un exceso interpretativo. Tienden, a la vez, un espacio que iguala a unos y otros contrincantes, los que obedecen las reglas y los que no.

Resulta esencial creerse que el derecho del gobernante está aparte de los recursos posibles del gobernado: éste puede disentir, pero no debe ocurrírsele acudir a los tribunales a mostrar sus razonamientos; de la misma forma, puede desacordar en parte con los puntos de vista del gobernante, nunca con la totalidad o las premisas básicas.

Para provocar el cansancio ha habido que recurrir a la multiplicación de las acusaciones: en tiempos difíciles está permitido el falso testimonio. También, y se trata de una de las primeras lecciones, tiene que figurar en las conciencias la indistinción entre quien es bueno y quien es malvado -pues esto se fía también a las intenciones, no a los actos ni a lo que dicte el sentido común. El empleo de este último elemento en la discusión demuestra gran inteligencia y unas posibilidades inmejorables para progresar en la escala. En efecto, para la desvergüenza más completa ya no tiene sentido plantearse la conveniencia de los engaños (trampas dialécticas). Emanan directamente de su fuente inagotable.

***
***

(Almas muertas)

¿En qué te podrías creer tú mejor que ellos? Eran inocentes y sabios, y les quebraron la voz y el alma.

No hay comentarios: