6 de abril de 2007

Pasión

(Jueves Santo)

Una tarde para pasear, como las que a veces gustan: asquerosa. Lluvia, bruma, el viento racheado que destroza los paraguas al pasar por los puentes, casi nadie en las calles...

Un tiempo del norte, aquí. Si es que nosotros podemos ser el norte de alguien... En parte, sí: una tierra de esperanza y mixtura, para los pobres del mundo y para nosotros los pobres. (Ahora los palmeros en la Semana Santa vienen del frío, del este de Europa, y de Ecuador.)

(La provincia de A. ha incrementado su población en un tercio, por lo menos. La mediocridad de las observaciones políticas pronuncia -ante la situación- un único nombre, "especulación", y lo arroja a la cara del oponente, otro que tal, con su causa interna y más profunda, "corrupción". Así nos va.)

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(Traductores, intérpretes: conocedores del significado de los términos.)

El conocimiento /dominio/ de distintas lenguas vuelve más clara la referencia: un asunto que yo no conozco /del que yo no sé prácticamente nada/.


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En la extinta Yugoslavia debió existir el título universitario de Licenciado en Ciencia Militar. Así lo recoge Manuel Leguineche en su libro de primera hora sobre la tragedia balcánica, Yugoslavia kaputt (1992), a propósito de la formación del joven ministro de Defensa (treintañero) de la recién independizada Eslovenia (en junio de 1991). (Sin querer asociar situaciones, se trata de la homologación entre enseñanza universitaria y enseñanza militar que pretende el gobierno español de ahora.) Un nombre así -"ciencia militar"- habría enorgullecido al maestro de todos Sócrates, que al salir de casa no se escapaba sólo de un malestar doméstico, sino que estaba (sin saberlo) fundando la idea de la universidad, de un saber público y útil; aunque él quisiera pensar solamente que estaba creando la filosofía, el saber más inútil, puesto que se basa en el amor.

Normalmente no queremos pensar -yo me paso días enteros sin hacerlo- que el conocimiento encerrado bajo la poética denominación del amor que aspira (la flecha hacia su blanco) contiene, cuando se intenta precisarlo en los diálogos platónicos primerizos, los caracteres de un conocimiento utilitario, de una técnica. Debió ser lo que otro sabio, alemán en este caso, denunció a principios del siglo XX, fijándose en la forma del mundo que se patentiza en el discurso filosóficos desde los orígenes, pervirtiendo de esa forma la maravilla del asombro inicial, el del puente tendido desde el mito hacia el logos, aquel espacio de los posibles que se fue cerrando cada vez más.

Lo que ocurre es que la diagnosis heideggeriana de la verdad, la posición histórica permanente de ésta, en tanto igual a la técnica (lo que se esclarece sin rubores en Descartes y Nietzsche), no le hizo a él -ni a nadie- mejor persona. Tampoco hay que sorprenderse: la crítica no hace más bueno, si consiste en una denuncia, en una delación; si es cierto que todos los argumentos son ad hominem, ligados a un interés, para nada verdaderos.

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La "ciencia militar" sirvió al ejército federal yugoslavo para planificar meticulosamente los pasos de la conquista de los territorios irredentos en el interior de las otras repúblicas. Va de suyo que la ocupación del terreno debía ir seguida de inmediato por la aplicación del terror. Es decir, que lo que los verdugos hacían, para luego ser servido por las cámaras de TV occidentales, era la aplicación concreta de los teoremas de la ciencia militar, esa sabia administración de la muerte y de sus campos que no inventaron, ni mucho menos, los serbios al mando del ejército yugoslavo; en la que algunos pueden pensar al observar la sonrisa estólida de políticos más cercanos, incapaces de la piedad, que es la forma que debe tener la amistad en su manera más pura (es decir, cuando no hay necesidad de trato directo, y sí la capacidad de ponerse en el lugar del dolor del otro -aunque esto no es posible).

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