Debió ocurrir como en días de verbena, cuando con la ocasión, un azar, una voz que se corre, los concurrentes plantaron sus frágiles tiendas, luego vendría materiales más durables y cimentado, en un lugar grato, de buen clima, quizás en la ribera de un mar o de un río. Alguien santificaría el día, portando una efigie. Luego queda saber cómo de la fiesta se desató la violencia y el poder, aunque seguro que llevaban ya consigo a esos ángeles oscuros.
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