Para hacer más llevadera la entrada en sus bisoños cacúmenes de la famosa distinctio aristotélica de potencia y acto, el Maestro Sigerio de la Hortichuela, aka El Rebuscado, plantaba al magro número de sus discípulos el enxienplo de quien está aprendiendo musica, quizás por imperativos ministeriales curriculares, enfrente de quien ya es un virtuoso si es que no un preferido de las musas. Pedía a sus alumnos que imaginaran los efectos bien diferenciados de unos y otros actuantes, los aprendices y los consagrados, en el oído de quien estuviera accidentalmente presente en dichas ejecuciones sonoras. Que compararan, otrosí, la elevación que es capaz de infundir en el alma el virtuoso, contra el gañido atroz, como si le hubieran apisonado la cola, de la flauta manejada por el principiante, y como este último hecho hizo exclamar a Kurtz: el horror, el horror!
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