13 de octubre de 2021

Ponerse con un libro de poesía, bien pasados los cincuenta, esclavo de todos los miedos, es algo a lo que se atreve solo quien ha proyectado el viaje a Sicilia.
Pero piensa que todavía no ha llegado el momento, o eso quiere creer. Aunque teme.
Para llegar a sus costas, pero no como un desgraciado al que el mundo ha hecho víctima sin pedirle permiso, primero tiene que vaciar su cabeza de esperanzas. Comprender la extraña independencia de personas y enseres, reales contra toda pretensión de la mirada. (Una ciudad, al fin, es lo que resta cuando la despoblamos de sus gentes.)
Quedará la nostalgia de los extraños, o lo que dicen los libros, pero este es un asunto muy diferente.
Llegar a Sicilia es volver a uno mismo, despojado de otras ínsulas, desnudo como la tierra. 
No es tarea agradable, mirar y no ver nada, solamente el sol, el paisaje, el agua.
Recuerda que solo entonces puedes entender el sentido de la ciudad. Convendría también el sonido de las campanas, a esa hora de la sombra mínima.

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