Guillermo Jaime se asentó en la ciudad levítica y esplendente el mismo año de la riada que arrambló con el puente nuevo y la escuela que había justo en la ribera. Puso plaza de escribiente en la calle Culebras, al lado de la panadería de la Encarna. En ese mismo sitio ocupó sus horas de mortífero tedio en planear y componer su gran obra acerca de la creencia en los espíritus intermedios.
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