A cualquiera le es dado conocer el vacío en la tienda de las emociones, y fijar la memoria un momento, allí donde la carretera acaba en una placeta de casas en sombra donde se escuchan las risas de los niños. Yo estuve ahí, hace muchos años. No es difícil recuperar sensaciones una tarde de domingo o al filo de la medianoche, después de ver un partido de rugby. Estamos hechos de palabras y de sus raros enlaces con un interior que hemos ido fabricando donde nada había. Sin embargo, se necesita mucho dolor para amar la dura belleza del desierto, estar a solas y dejar en suspenso la corriente de la angustia, acogiendo nada más que la emoción pura de ser en este instante y por siempre. Habitar, haber sido, habernos encontrado.
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