20 de julio de 2016

Amor y pedagogía

Tiburcio Espénglerez, hijo espurio de Oswald Spengler, como es fácil vaticinar por su denominación, y que vivió su mocedad en Taberno, fiero lugar clavado en un montículo entre ramblas, a media jornada a caballo justa desde este lugar en que estoy escribiendo, contribuyó, ¿dirélo?, con un modesto grano o una nota al pie a la montaraz obra de papá señalando que un índice seguro de la decadencia de Occidente es la entronización de la gandulería, pero no de esa que se dirige a los migrantes (?) diciéndoles "déjame vivir, que a nadie daño con mis hábitos ni nada pido", sino con la que desafía y culpa al mundo de verse así. Los ideólogos superestructurales, que nunca dejan de laburar para nuestra perdición, inventaron para tan aberrantes criatura y vicio, el consolador concepto de motivación. Con tal vienen a decir que el vago nada puede, que es inocente, desconocedor de la libertad y que todo se le debe, por parte de la voluntad general y por parte de todas y cada una de las voluntades particulares que se agregan en la colectividad. Entretanto, los bárbaros trabajan en silencio, sin excesivas palabras.

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