El Diario, escritura íntima -de la trastienda, del cajón, de lo doméstico-, y el diario, escritura del común -de la masa, de las altas finanzas, de lo anónimo-, comparten una misma vocación: la de la publicidad: abrir las puertas, que entre la luz rauda, deshaciendo pudores e inhibiciones. La verdad debe resplandecer, desnuda y amarga.
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