Aunque le había costado emprenderlo, ahora el negocio daba beneficios. A intervalos regulares el intermediario depositaba sobre su mesa montones de facturas prensadas que dejaba caer de una bolsa de plástico. A veces caía algún papel diferente, pero él reclamaba su derecho a no leerlo a los demás (era el jefe), su derecho a no tener en cuenta el pasado. A escondidas leyó uno de ellos, desgarrando el sobre autoadhesivo. Era una pequeña ficha o informe, con fotografía incluida, del servicio de espionaje aliado, sobre su secretaria, una mujer ya mayor. En realidad había sido ingeniera racial y había tenido contactos con Mr. Heidegger.
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