Tal que era soñé la estancia. La habitación del hermano mayor preparada para cuando viniera. Se había casado no hacía mucho. Papel pintado en las paredes, el cabezal de la cama de embarrocada madera. El resto de la casa, ya digo que tal como era, despojada de muebles que no fueran los que ha menester la intendencia en el campo. Mi madre vive, como siempre en los sueños. Protesto porque en el montón de zapatos que hay en el suelo no encuentro un par completo, y me hacen falta porque tengo una comida en M. con los compañeros de mi trabajo. Dominado por la ira, doy un puntapié al montón, como un adolescente, aunque soy un hombre mayor y mi madre no debería estar ahí. En un rincón, al pie de lo que recuerdo escalera, hay por el suelo un montón de almendras. Las deben haber recogido mi hermano y su esposa, que no están en la casa, y a los que culpo por lo de los zapatos. Yo no puedo haber extraviado el que me falta, yo no he puesto ese montón ahí.
La casa, tal como era, y seguramente mi padre está en silencio, como siempre, con sus trabajos en la tierra.
Ha pasado mucho tiempo, pero el sueño es el alma.
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