28 de marzo de 2013

¿Y si?

Tenemos demasiado presente el catecismo kantiano, pero por qué no defender las utilidades más que marginales de la corrupción política, económica, social... la bondad económica de la inmoralidad, y con un poco más de vuelta a las palabras y a la conciencia, la moralidad radical de la inmoralidad.

Pues en todo moralista anida el germen de un hipócrita, que si pudiera...

Por cierto que tengo pendiente de leer esto:

Kant en el callejón del gato

Que me parece un título afortunado.

Sin embargo, en la conclusión de la aplicación del test kantiano a las prácticas reales, y paradójicamente en ese terminologismo platónico de la enfermedad como tropo de la sociedad existente, creo ver una de las derivaciones posibles, indeseadas o indeseables, del platonismo.

Así, pasamos de esto,
... la conclusión de la prueba de Kant está a la vista: si en amplias capas de la sociedad cunden esos comportamientos individuales, si se normaliza que lo amoral es inteligente, el resultado es un país enfermo y desquiciado
a esto otro:
en cierto modo, la clase política está pagando ahora la penitencia por haberse presentado durante años como talismanes que dominaban los engranajes mágicos de la economía y a los que debíamos atribuir el crecimiento y las infraestructuras
Yo me entiendo. Más o menos. 

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