Paradójicamente son los filósofos, con su polimatía inconexa, quienes son capaces de disolver una voluntad excesiva (de verdad o de cualquier otra cosa).
La creencia en una verdad poseída, en efecto, del tipo que sea, puede llevar a extremos delictivos.
No creo (yo) en la verdad como contenido universal, para poder creer (yo) en la verdad como forma universal (la del discurso).
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