27 de octubre de 2009

Fuera

Fuera de ahí. Nada de lo anterior vale. Apártalo de mí, aléjalo de tu cabeza. ¿Quién quiere silogismos sobre un sentimiento amargo? Eso es lo mismo que redundar en lo sabido, refrendar las convenciones de diario: cosa política y de mantenencia. Yo quería escribir acerca de la abominación de las páginas felices, multiplicadas en los estantes de las librerías urbanas. De tanta falsedad, quise quejarme. Pero pasa también que yo soy un crítico recóndito y ese tipo de cosas, de lejanas que son, no me tienen que importar.

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Strindberg, visitante de cementerios a diario, abandona por un momento su dedicación a la alquimia y la flora (según la magia) y estampa esta frase: "Es un niño de antes de mudar los dientes, esas perlas sin otra utilidad visible que la de iluminar la risa." (Inferno).

Semejante transmutación de los objetos (el poeta contempla el rostro en relieve de una lápida), con la mínima máquina de unas pocas palabras, le corresponde al genio capaz de aventar la basura intelectual, creo yo. El hallazgo verbal no tiene que ver con la novedad de la metáfora, naturalmente, sino con su prolongación, pues parece que nos estemos preguntando cuál puede ser la finalidad de la belleza, y con el contraste que establece con aquello que la ha motivado (una tumba, un dolor sin medida), aquello mismo que hace dudar seriamente de cualquier concepto de finalidad.

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