23 de abril de 2008

Lyotard, Savonarola

Informe de lectura de un paranoico, que yo solamente lo encontré:

Un día del lejano curso de 1986, debió ser entonces, sí, subía yo las escaleras de la biblioteca municipal, que entonces se encontraba en un edificio vetusto que anteriormente había sido centro de salud. Este inmueble se encontraba enfrente de un cuartel de la Guardia Civil, también anticuado. Hoy, tanto uno como otro edificio han desaparecido, y en su lugar se han construidos bloques de pisos. Aquel invierno y primavera los pasé casi por completo en la pequeña ciudad, gracias a mi mala cabeza, aunque no esté seguro de que la lejanía de esos grandes cuerpos colegiados del saber no haya de implicar para éste un comportamiento que sea el inverso a la ley de gravitación que rige los cuerpos---

Allí estaba el libro, un tomo delgado (edit. Cátedra) de tapas blancas. Lyotard, La condición postmoderna. Poco más de cien páginas. No era sencillo leerlo, pero yo tenía entonces algo de voluntad, que no sabía poner en el resto de mi vida, y aunque no lograba entender prácticamente nada de otras cuestiones creo que sí logré comprender la nueva de Lyotard: el fin de los relatos grandes del sentido del conocimiento y de la acción; Hegel, Marx, la Ilustración no habían alumbrado finalmente los hijos de sus promesas.

De esto, que mi torpeza y juventud hizo una luz inquietante y como una obligación sombría de perseverar en los hábitos arraigados, sin esperanza pero con lealtad, otros han podido sacar réditos inesperados. Porque en ese diagnóstico del estado del saber en las sociedades avanzadas podíase extraer abono adecuado para las sectas, para un renacer espiritual.

Bastaba con haber renunciado a la conciencia moral y abrazar, en su lugar, la idea de los círculos. (No sé cuándo fue que pensé en esta idea, en que espacio y tiempo se podían representar a la manera de círculos, sin saber si primero venía el espacio, si era el tiempo o si más bien nos encontrábamos con un continuum piélago inmenso en el que los agentes y los acontecimientos se suceden sin que se llegue a cobrar saber verídico de su definitiva insignificancia.)

Primero es una nube lejana en el cielo, que no afecta la presencia solar tan querida. Seguimos trabajando como si nada. Luego se va estrechando su diámetro y esos círculos (sectas de puros, odiadores de lo extraño doferente) conforman un corsé de hierro que va enrareciendo el aire.

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