21 de marzo de 2007

Recordatorios

Experiencia propia, reflexión acerca de la experiencia, conocimiento social: lo subjetivo, la interpretación de primer orden de lo subjetivo y, finalmente, el giro hacia lo objetivo, volcado a otro sitio, queriendo guardar distancia consigo mismo: diferentes formas de responsabilidad, del decir, del escribir.

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La autoría, en ningún lado: ¿quién quiere ser autor?

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Eludiéndola, o queriendo salirse de ella, evadirse de una cárcel tal, se tiende a caer en la jerga. Ni la ironía ni las comillas (una forma de ironía educada, tipográfica, estandarizada...), tampoco los puntos suspensivos (que dejan que el discurso se vaya de uno mismo, por otro camino), bastan para poder escapar de las trampas (engaños y compasiones varias, que tan bondadosamente se van a terminar ejerciendo sobre la propia persona). Un poco de calor inesperado, la pureza del aire, un brillo en los ojos y viene volando la alegría: es del tiempo, como todas las cosas, tiene sus ciclos de ir y venir, enredándonos con sus juegos. Al cabo de los meses uno se da cuenta de la figura risible que ha debido componer, y si bien no importa la fama sí importa algo en el interior, la vergüenza ante sí mismo del fracaso: no te ha derrotado nadie, eso no importa, ni que se pueda creer, sólo importa la conciencia tuya de ser tú el vencido, la maldita propensión de los pronombres a ponerte delante de un espejo.

Seremos esclavos mientras tengamos la manía de la confesión o ésta se imponga a nuestro pesar.

Si no eres tú el mismo objeto de la jerga, entusiasta de un dios equivocado, un día radiante, la fuerza del agua o el misterio de la arena... si no son de esa fuente (del corazón tan entrañable) las palabras que se dicen, sino que vienen de fuera, de lo que vas aprendiendo o, al menos, anotando porque por otros ha sido afirmado, la falsedad de lo que se escribe tiene que poseer otro sabor. Ahora no es demasiado próximo a ti, es una lengua de madera, expresiones lejanas de una fe para la que eres incrédulo. O será que albergas hacia los demás las mismas dudas que hacia tu propia máscara, que los ves desempeñando un papel, personajes antes y mejor que personas. Esto es inevitable y cierto: muy pocos conoces que no tengan desde casi el nacimiento la inclinación al contento del propio estado, igual que si la naturaleza hubiera depositado gran parte de su gracia sobre su aspecto y forma de ser. A veces no nos gusta demasiado el teatro social, se descubre que se trata de una obra o bien no se termina de descubrir y, por extensión de otros casos conocidos, se tiene la sospecha de la actuación.

Realmente, éste tampoco es principio sano de conducta y observación de los demás.

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