1 de noviembre de 2006

Laxitud

Noviembre no deja que nos pertenezca su espacio, el que habito, ni lo que veo más allá de la ventana, en la dirección en que se dejan abandonar los ojos. El sol de fuera, merced a la autonomía inaccesible del cerebro, lo encerramos en un cubículo de hormigón, ornado de desengaños como bibelots. Sólo en las pausas de la autoconciencia, en lo que se escribe negando el yo que era antes, que será después, los ojos se funden con lo que ven, la piel con el aire, el alma con su dolor. Y, como si el desánimo fuera igual a una esfera, el resultado inesperado -si le damos la vuelta y besamos su interior- es la abundancia de la luz, que se tiene que derrochar en un exceso de amor y palabras sin objeto.

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