22 de noviembre de 2006

Desilusión

...la definición que da Avicena, no del alma, sino de la individualidad humana. Aunque podría ser válido mi error, puesto que se trata de una individualidad enajenada, falta de fe (la inteligencia no le pertenece). Y si pudiera pensar más largamente sobre esto no dejaría de admirarme la bondad de una síntesis de razón y fe que soslaya ese peligro (Tomás de Aquino), dejándolo para ser resuelto después .

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Observación trivial del presente: los coches lujosos que me siguen no dejan de ser un signo de status. Ignorándolos yo, puedo pensar que el otro/la otra no se aperciben. En realidad, no es tan sencillo darse cuenta de estas cosas: la tentación de querer lo que es común querer está ahí fuera demasiado presente, como un Mercedes rojo. Cualquier palabra y explicación entre él/ella y yo sobraría, porque nos desconoceríamos, en el mejor de los casos respetuosamente. Quedaría mi desprecio del lujo como mi único lujo, sin mermar mi felicidad puesto que puedo desprenderme de lo innecesario.

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El dolor vendrá si aplico un mandato así en general, extendiéndolo de las cosas a las personas: sólo te fijarías en mí cuando yo te despreciara; en caso contrario no haría más que perder el tiempo. Es la regla de Cesare Pavese. No requiere el odio, sino una virtud cuyo nombre no conozco, y que correspondería positivamente al vicio de la suficiencia. No es amor propio, porque se seguiría manteniendo la humildad.

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