Es inútil, después de medio siglo, querer repetir el viaje.
Él, que ya no está, no eres tú. Habría que empezar por saber quién eres tú. Nadie.
(Nadie falta, entonces es que nadie ha venido.)
Los caminos de montaña han desaparecido. Seguramente también el viejo coche inglés que acarreaba agua para la industria conservera. No puedo imaginar que la mecánica cabalgue siglos.
Las ilusiones, lo mismo. Se fueron. En un recodo del camino entre dos décadas. Hoy no podemos creer en las comunicaciones, por cable o por carretera.
El viajero de ciudad solicitaba una voluntad de ser para estas gentes, y un albergue. Hasta soñaba con pistas de nieve.
Era fácil imaginar la riqueza en esta cuerda tendida entre las estrellas, pero son de patente alemana, y los yacimientos arqueológicos (dondequiera que mires están estos monos sapiens).
Sólo se necesita el amante, para reobrar la vida. Mejor que venga de la ciudad, de una existencia más avanzada.
Yo, que tengo ahora su misma edad, soy más viejo que él. No más sabio, pero algo he aprendido.
Conozco que los especímenes de mariposa glaciar son un recuerdo.
Una sombra, nada, lo mismo que mi alma hoy. Una mariposa inexistente.
Sé que los caminos ahora son inmateriales, y que sobre la falta de cuerpo no se puede construir ninguna esperanza.
Un albergue, que decía él. Yo no sé ni por dónde empezar.
Porque conozco que no soy, y nadie ni nada está dispuesto a corregirme.
Sin embargo...
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