No es fácil escribir un libro de poesía pasados de largo los cincuenta. Aparte de la dificultad de estar vivo, a salvo más o menos de las múltiples heridas que inflige el tiempo, está el asunto del tema, y sobre todo el tono.
En lugares de inocencia y de comercio modesto alumbra el amor.
En escenarios de vicio y luces de neón, en calles muy principales, se esparcen sus cenizas corrido el tiempo.
No el discurso del amor, sino el discurso de la vida, como agua incontenible, vertebra las palabras crepusculares del vate postmoderno.
El tono es más complicado: se está obligado a no comprometerse con la marcha de las cosas, con su ritmo heterónomo. El fulgor poniente reflejado en el cristal de la terraza se proyecta en el edificio de enfrente, rojo ladrillo. Pues bien, acerca de ese, digamos, manierismo, no debes de multiplicar las palabras. Es.
Sí, realmente, lo difícil para un poeta es habitar pasado su tiempo.