Decimos persona, y no es la máscara resonante aquello que evocamos.
Tampoco el alma, imagen ilusa, grado mínimo de la vida. (A la conciencia impostada y orgullosa llamamos alma.)
Una voz convoca a otra, las más de las veces en silencio, a resultas del sol y del cansancio.
Será el cuerpo, la verdad, raíz o destino de la misericordia, el cuerpo despojado de ser por el tiempo- será el cuerpo aquello recordado en la imagen de nuestra ausencia.
(Un dios distribuye las piezas, pero al más pobre de los peones le duele también la fantasía duradera del tablero, idénticas avenidas soleadas de aquí a mil años.)
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