A Claire Dubois, pretendiente a figura epigonal del maestro de maestros, se le cayeron abajo (colapsaron según el horresco referens) todas las quintas del ser, y se le desolaron los claros del bosque (como envueltos en una cúpula de humo grisáceo), en cuanto visualizó, clara y distinta, la imagen del princeps philosophorum siguiendo por la TV y con supremo interés, mucho más que óntico, los lances de un Stuttgart- Colonia de la Bundesliga allá por aquellos sesenta que preludiaban primaveras contraculturales.
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