Quien apura su vino en silencio, intuye las decepciones, lo menesterosas que están de ser calibradas en palabras, con objeto de ganar precisión en el asunto, cuando aquello del óbolo o la puerta. Da igual cielo o agua a la hora de tratar con el contable. Desde hace milenios, griego o judío, el registro aguarda en la conciencia. De dolores pasados no hablamos, guardamos nuestra piedad para tiempos venideros, nosotros, los que cabalgamos dos siglos y tenemos miedo del presente. Eso que confundimos con el frío, o son los efluvios del vino barato, cuando apenas tenemos fuerza para acodarnos en los balcones y mirar las máscaras que pasan.
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