Aquella noche se le cerraban los ojos de sueño y pensaba apagar la luz y echar un buen sueñecito, pero le llamó la atención un artículo largo dedicado a Aulo Gelio, con ocasión de la publicación de una selección de fragmentos de sus Noches áticas. El autor, después de haber dicho que Aulo Gelio, que vivió en el siglo II después de Cristo, compuso su dilatada obra para entretenerse durante las largas noches invernales en su propiedad del Ática, concluía dando su opinión: Aulo Gelio era un escritor elegante de cosas absolutamente fútiles. Sólo cabría recordarlo por una historia que contó, la de Androcles y el león.
Entonces el comisario en lugar de cerrar los ojos, los abrió o, mejor dicho, los puso como platos. ¡Androcles y el león! ¿No podía ser que la explicación de lo sucedido hacía cuatro días en la fonda de Filippo fuera una versión modernizada de la leyenda que escribió Aulo Gelio? Narraba el escritor latino que un esclavo romano de África, Androcles, al escapar de su amo, que lo tiranizaba, fue a esconderse en una gruta en la que había un león enfermo. En lugar de salir de allí y buscarse otra gruta más habitable, Androcles se quedó y curó al león, que sufría una infección provocada por una espina clavada en una pata. El león, una vez curado, desapareció y Androcles, tras muchas vicisitudes, se convirtió al cristianismo y llegó a Roma. Cuando lo arrestaron y lo condenaron a ser devorado por los leones, Androcles hizo la señal de la cruz y salió a la pista. Un león, más grande que los demás, saltó hacia él con la boca abierta, pero después, y ante los maravillados espectadores, se acurrucó y lamió las manos del cristiano. Era el león al que había curado en África. El ex esclavo obtuvo la gracia. Del mismo modo había sido agraciado el comisario. Pero ¿quién era el león? (A. Camilleri, "Lo que contó Aulo Gelio")
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