La ignorancia reconocida por uno mismo impone la obligación de no querer despejarla, de guardar silencio para no desvelar una estupidez y disipar dudas. Quien no sabe debe callar, a no ser que piense que va a mejorar su silencio, después de pronunciar su única conquista: que nada sabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario