Un solo hecho, por minúsculo que sea, del que nos acusen falsamente, aunque sea en nuestra pobre caveza, basta para inflamarnos de indignación moral. Da igual que nuestra existencia haya consistido hasta el momento en un fraude. Algo del instante milagroso final del arrepentimiento católico se ha trasvasado a esta situación invertida: un solo hecho, acerca del cual por lo más sagrado juramos nuestra inocencia , podría condenarnos, para esta y para la otra vida. Qué rara es la conciencia moral, hasta para un descreído.
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