Nunca sabremos lo que sucedió en la mente de Andreas Lubitz en los minutos que permaneció solo y encerrado en la cabina del avión que de un momento a otro se había convertido en un gran ataúd colectivo. En la caja negra se oyen los golpes del piloto en la puerta cerrada por dentro, y dicen que también el silencio de Lubitz, su respiración tranquila en ese silencio. La policía registra su casa y encuentra documentos y recetas médicas; las personas que lo conocieron vencen con dificultad su estupor para contar cosas reveladoras o banales sobre él, siempre con esa extrañeza de no haber anticipado nada, con esa incredulidad de los vecinos de tantos grandes criminales con los que se cruzaban a diario e intercambiaban saludos y observaciones sobre el tiempo. Quién lo habría pensado. (Muñoz Molina, en Babelia)
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4 de abril de 2015
Abismos (la banalidad de lo normal)
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