17 de noviembre de 2010

Autoficción (el juicio o desastre final)

Me doy cuenta de que se rompe el pacto referencial no sólo cuando se fingen unos hechos, y su conjunto trabado en una existencia particular, bajo mi nombre real (como si además TÚ conocieras mi nombre real y YO no pudiera engañarte desde esto), sino que se rompe igualmente cuando dejo en suspenso el destinatario al que me dirijo, y que eres TÚ, en efecto, lo mismo que es NADIE con la misma fuerza y razón. En ese momento me visto del todo con la piel de unos espejos y no hay donde encontrarme. Tan depurada es mi alma, como si fuera de cristal o de máquina.

Escucho esta absoluta maravilla: Born to run (B. Springsteen, 1975, un joven de poco más de veinticinco años; 25, Dios mío). Sé que soy muy norteamericano y muy Walt Whitman. También sé que era dos tontos y que me he dejado uno en el camino, en el viaje que no he hecho a Nueva York (yo, el impoeta).

Sé que he dicho que será así hasta mi muerte, y supongo que no habrás escuchado, o sí. Sé que será... Pero qué, ¿Dios mío? No me anticipes el infierno en olvidos. Hasta mi muerte: los libros, sí, y unas palabras cálidas que se disuelven raudas en el frío demoledor de la sala solitaria (las llevo olvidando desde siempre, desde que sé los imposibles). Pago y nos vamos.

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