27 de noviembre de 2010

Luz

Pensamos que sólo la obligación de escribir nos libra de la recaída definitiva, del abandono y de creernos los más canallas de los seres. O mejor: podemos ser los más canallas, no hace falta que nuestros crímenes hayan sido grandes, podemos ser los más sucios y vilipendiados justamente, a causa de nuestros actos que tienen efectos; porque luego obramos el milagro de que la frase venga limpia y tersa, y así hacemos nacer de las cloacas un río cristalino.

Pero es que nosotros no somos escritores (¿quién nos acredita?) y se nos transparenta demasiado no la poesía sino el sarcasmo que nos autoinfligimos.

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