9 de julio de 2010

Martirio

Seguir con la hipótesis de que una buena memoria permitiría, por lo menos, ordenar los hechos y quizás, con la secuencia obtenida, alcanzar algo de claridad. Como si la cadena hubiera de incendiarse en intuición súbita. Sin embargo, la buena memoria no aparece por ningún sitio. Pero, ¿hasta qué punto se la necesita? ¿Cambia algo? Puesto que no se está escribiendo ninguna historia, ni con minúsculas ni con mayúsculas, sino entregándose a lo único que podría asemejarse a una vocación. Es decir, un diario en el que anotar la sustancia de los días, el reloj del fracasar de los seres y las escasas luces que se encienden o que se piensa que se encienden. Para todo esto no se precisa de la fiabilidad del recuerdo, sino de la sinceridad de la emoción. Y querer escribirlo también, naturalmente.

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