12 de mayo de 2009

Madurez

Decir yo, conocer los límites---

Sin embargo afirmarse, Yo, I, Je, Moi...

En todos los lenguajes que se desconocen---

Aceptar que cada vez el cúmulo de asuntos desconocidos no puede más que agrandarse---

Decir yo, sin embargo. Ser generoso, mantener la clase. ¿Qué clase? Muy sencillo, aceptar que te golpeen la mejilla, primero la una y luego la otra... El evangelio debe ser una estética ante todo, la de no hacer el mal porque no se toleran las groserías...

Decir yo, Yo, con prudencia, con mayúsculas y modestia, sabiendo que cualquier día no se dirá nada y dará igual. Salvo que otro repita lo que tú por uno de esos milagros del eterno retorno por los que reza Nietzsche desde siempre.

Decirlo, porque siempre estuvimos dentro (de nosotros mismos), pero la verdad es que nunca nos satisfizo la casa. Ojalá que estuviéramos satisfechos, con su mortalidad e impureza. Puesto que no ha sido así se ha impuesto el instinto platónico y el odio contra la vida. Un cielo puro y racional ha venido a resguardarnos. Le decimos Amén, le oramos y seguimos, a pesar de todo, sufriendo. La vida se rebela contra su negador.

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